MERCOSUR: de la economía al populismo

Por Daniel Bianchi

Debido a múltiples razones las diversas tentativas de integración de los países de esta parte del mundo no han logrado consolidarse, y sus objetivos siquiera se han acercado a lo establecido como meta.

El fracaso ha sido la constante en cada uno de esos intentos de aproximación, y la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y el MERCOSUR, naturalmente, han seguido el mismo derrotero.

En este último caso, tres son las causas de la frustración: 1) la preferencia de los gobiernos de los países que lo integran por formar no una alianza económica, sino una alianza político-ideológica con firmes raíces ancladas en el populismo (entendido éste como la utilización de medidas de gobierno para generar simpatía y lograr el voto ciudadano, aún a costa de ser contrarias al Estado de Derecho y a la Constitución en torno a la cual funciona el sistema legal e institucional); 2) las desigualdades de poder existentes entre los países miembros; 3) la falta de respeto a los acuerdos por parte de sus dos principales socios, Argentina y Brasil.

En efecto, surgido en 1991 por el Tratado de Asunción suscrito por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay originalmente como una zona de libre comercio entre los países miembros, el MERCOSUR se fue desdibujando con los años, y su aspiración de convertirse en una iniciativa comercial con posibilidades serias transmutó en un proyecto ideológico que, como resultado, naufragó en su cometido comercial.

El forzado intento de ingreso al bloque de Venezuela desde 2006, la suspensión de Paraguay como consecuencia de la crisis política guaraní de 2012, la definitiva incorporación de Venezuela “por la ventana” en 2012 -aprovechando que no se contaba con la negativa paraguaya- y el fracaso luego de más de diez años de negociaciones para concretar un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea (UE) son algunos de los mojones que dejan claro el desmoronamiento de la idea inicial.

Hoy, el MERCOSUR es una unión arancelaria de poco valor que se conduce meramente como un frente político adoptando medidas muchas veces imprudentes y que no cuenta con mecanismos de solución de controversias cuando, por ejemplo, Argentina y Brasil incrementan los aranceles o decretan medidas proteccionistas sin que Uruguay y Paraguay, los más perjudicados, puedan hacer nada. Y así, entre entelequias desenfrenadas, paranoias y esquizofrenias varias, peroratas filosóficas, reflexiones de boliche y burocracia multiplicada, las sesiones del MERCOSUR se asemejan cada vez más a una tramoya decrépita cuya permanencia nadie alcanza a comprender más que los disertantes mandatarios que gustan escuchar de sus propias voces.

Más allá, en Lima, Perú, en abril de 2011, ese país, Chile, Colombia y México formalizaron una iniciativa de integración regional a la que denominaron “Alianza del Pacífico”, con los siguientes objetivos: 1) Construir, de manera participativa y consensuada, un área de integración profunda para avanzar progresivamente hacia la libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas; 2) Impulsar un mayor crecimiento, desarrollo y competitividad de las economías de las Partes, con miras a lograr mayor bienestar, superar  la desigualdad socioeconómica e  impulsar la inclusión social de sus habitantes; 3) Convertirse en una plataforma de articulación política, integración económica y comercial, y proyección al mundo, con énfasis en la región Asia-Pacífico.

El crecimiento económico de la Alianza ha sido sostenido desde su fundación, razón por la cual sus cuatro países integrantes han sido denominados los “Pumas de América Latina” -por asimilación con Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Taiwán, los “Tigres Asiáticos”- que en un plazo breve lograron un desarrollo constante contribuyendo al crecimiento de las exportaciones y del grado de industrialización, provocando, consecuentemente, un fuerte crecimiento de la clase media y una importante mejora de la calidad de vida de sus ciudadanos, superior a lo logrado por el MERCOSUR. De hecho, el crecimiento promedio en los países de la Alianza ha trepado al 4.9%, mientras que en los del MERCOSUR ha alcanzado sólo el 2.2%.

Mientras esto discurre sin que los presidentes “progresistas” parecieran notarlo, economistas internacionales de las más diversas escuelas advierten que el MERCOSUR fracasa por las variables ya señaladas pero, además, porque las cada vez menores posibilidades de acceso al crédito por parte de Argentina perjudican al bloque. La solución, según ellos, es imitar a Chile y Colombia, que negociaron acuerdos comerciales con más de 60 naciones, o a Perú y México, que tienen tratados con más de 100 países, entre ellos la UE y EE.UU.

Mientras estas advertencias llegan desde todo el mundo, Uruguay hace primar la comunión ideológica sin considerar siquiera la necesidad de abandonar las coaliciones que no producen buenos resultados para asociarse con los superbloques que, poco a poco, van perfilando la nueva economía global.

Pero dejar el anacronismo de lado no parece ser una opción para el gobierno uruguayo, que lejos de ello, en muchos temas parece haberse quedado aletargado en los años ’60.

En muchos. En otros, en los que no le conviene, no.

Mirá también

Directora General de UNESCO en Stand de Colonia

En el Día Mundial de la Libertad de Prensa (martes 3 de Mayo) visitó el …

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.