La política sobre la moral

OPINIÓN – La dirigencia del Frente Amplio ha resuelto rodear y proteger a Raúl Sendic.

No les importa que, durante años, le haya mentido él a la ciudadanía arrogándose una condición de licenciado en genética humana que no tiene. Por sobre ese hecho, afirman, está el dato político: Sendic es el Vicepresidente de la República, llegó allí por intermedio del Frente Amplio y el Frente Amplio tiene que defenderlo de los embates de «la derecha»; lo relativo al título lo aclarará él, cuando lo considere oportuno.

Son muy claras, en el sentido indicado, las declaraciones del ex senador Héctor Tajam, a la salida de la reunión que mantuvo con Sendic el Secretariado Ejecutivo del Frente Amplio: «Aquí hay un tema personal que él va a definir y hay una construcción política de un líder que llegó en la fórmula con Tabaré Vázquez, que es lo que políticamente defendemos» (El País del 4 de marzo, página A6).

El mismo criterio había sido postulado por la senadora Constanza Moreira en entrevista publicada por Búsqueda en su edición del jueves 3: «Lo único que le cabe al Frente Amplio es respaldar a su vicepresidente. Está pasando una situación difícil y el Frente Amplio tiene que respaldarlo; nada más, punto». El presidente Vázquez no ha hecho declaraciones sobre la cuestión del título de Sendic, pero recibió al vicepresidente en la residencia oficial del Prado durante una hora, y se hizo trascender a la prensa que el encuentro se había desarrollado en un clima «muy amable» (El País).

La señal de respaldo es fuerte y clara.

Hace unos años, y refiriéndose al traumático proceso por el cual Venezuela ingresó al MERCOSUR, previa suspensión de Paraguay, el entonces presidente Mujica pronunció la frase que quedará para siempre asociada a su nombre: «Lo político está por encima de lo jurídico».

En este tercer gobierno del Frente Amplio se está elaborando a la vista de todos lo que podría denominarse el «corolario Sendic» de la «doctrina Mujica»: la política también está por encima de la moral.

En efecto, de eso se trata.

Más de una quincena después de anunciar que presentaría documentación para acreditar su título de licenciado, Sendic no lo ha hecho.

Por otro lado, el intendente Daniel Martínez ha dicho que desde hace tiempo que sabía, por boca del propio Sendic, lo que éste dijo a El Observador (o sea, que no era licenciado). No vale la pena darle más vueltas al asunto: Sendic no es licenciado en genética, mucho menos «se graduó con medalla de oro», como decía -hasta que estalló el escándalo, por lo menos- la página web de la lista 711, y por lo tanto nos mintió a todos -al Frente Amplio, al Senado, a la ciudadanía- cuando afirmó serlo.

El arrogarse títulos académicos que no se tienen es delito (Artículo 167 del Código Penal): delito leve, porque se castiga con pena de multa, pero delito al fin. No se puede iniciar un juicio político a partir de la imputación de un delito leve, porque para ese fin la Constitución requiere que se trate de «atentado a la Constitución u otros delitos graves» (Artículo 93). Claramente, no es el caso.

Pero la improcedencia del juicio político no debe impedir la estimación de la conducta del vicepresidente desde el punto de vista de la ética pública. La mentira en la forma en que un actor político se presenta a sí mismo frente a la ciudadanía, es inaceptable. Los gobernantes tienen el deber de decir la verdad sobre los asuntos públicos, y la preparación académica o profesional es un asunto público desde que quien dice tenerla la invoca en su vida pública: la presenta al Senado como parte de su currículum para que le den la venia para integrar el directorio de ANCAP, la exhibe en la página web de su lista para que los ciudadanos lo voten, admite que le den e incluso se hace dar el trato de «licenciado» por la prensa (a este respecto, la grabación de una entrevista a Sendic hecha por Jorge Traverso hace unos años y que circula estos días por las redes sociales, es reveladora: Traverso lo llama «licenciado» y comenta, en tono de broma, que lo hace así porque «aprendió la lección» y es «un buen alumno», a lo que Sendic asiente…).

La diferencia de ideas u opiniones no impide el debate democrático: al contrario, es esa diferencia la que lo hace posible y necesario y constituye su sustancia misma.

Pero la mentira es otra cosa. La mentira sí impide el diálogo, porque ¿qué sentido tiene dialogar o discutir sobre falsedades, sobre meras apariencias? La mentira destruye el eje del proceso democrático, que es el debate entre los ciudadanos acerca de los asuntos públicos, a partir de hechos ciertos y con sujeción a reglas comunes reconocidas por todos. Más aún: la mentira destruye la base de las instituciones, que es la confianza de los ciudadanos en que todos, y muy especialmente los gobernantes, van a ser leales al pacto constitucional. ¿Cómo puede haber lealtad, cómo puede haber confianza, en el espacio donde habita impune la mentira?

La tesis de que «lo político está por encima de lo jurídico» niega la obligatoriedad de las «reglas comunes reconocidas por todos». La posición que ahora adopta el Frente Amplio con relación a Sendic elimina también la exigencia de veracidad. ¿Qué queda? La pura política, entendida como lucha por el poder no sujeta a reglas, ni jurídicas ni morales. Esto es maquiavelismo, o más modernamente, leninismo; y es también la negación de la República.

Este triste episodio protagonizado por Raúl Sendic sirve por lo menos para que quede claro el sentido político de la lucha de la oposición contra el gobierno del Frente Amplio: luchamos por la República, contra todos aquellos que crean que el poder no debe estar sujeto al derecho, ni a la moral.

Por Ope Pasquet
Abogado. Diputado por el Partido Colorado.

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