El fútbol mundial de duelo: se fue el último caudillo

Este jueves 29 de diciembre -no será un día más- a vos, nene, gurí, botija que te deslumbran las repeticiones, el play-station; a la edad de 80 años falleció Néstor «Tito» Goncálvez -el último caudillo del fútbol uruguayo- asociado a las mayores glorias de Peñarol en la década de 1960, y a la casaca color cielo.

El «Tito» fue un futbolista irrepetible, actor y autor de hazañas, de circunstancias irrepetibles. Fueron 14 temporadas, siempre defendiendo la camiseta de su Peñarol. Caudillo en su equipo en tiempos dorados e internacional celeste antes de aparecer oficialmente con la aurinegra.

Será imborrable su vuelta olímpica en el estadio Santiago Bernabeu, con la Copa Intercontinental en alto, triunfo del cual se cumplieron hace poco 50 años. Pero ya antes era un histórico de Peñarol, como lo seguirá siendo.

Nació en el año 1936 en Cabellos, pueblito de Artigas -hoy Baltasar Brum- donde su familia tenía campo. A los 15 años se fue a jugar al Universitario de Salto. Espigado, fuerte pero no negado con la pelota, una gran personalidad y con voz de mando, se destacó en el fútbol del interior y de allí el interés de Peñarol. En aquellos tiempos la reglamentación no le permitía practicar por otra institución, y llegó a probar fortuna con el nombre ficticio de Carlos Silva. Allí en el Parque Saroldi, se encontró con héroes de Maracaná como Oscar Míguez, Víctor Rodríguez Andrade y William Martínez, sin pasarle por su cabeza que sería él -el gran Tito- quien recibiría la herencia de la gloriosa camisa número cinco que se había puesto nada más ni nada menos que el gran «negro jefe», Obdulio Varela.

No debutó con los aurinegros, y fue convocado a la Selección que disputó el Sudamericano de Lima de 1957. Con la Celeste jugó dos mundiales, Chile 1962 e Inglaterra 1966.

Su curriculum histórico lo hizo con Peñarol. Jugó por el club en 571 partidos. Ganó nueve Campeonatos Uruguayos -un quinquenio- tres Copas Libertadores, dos Intercontinentales y una Supercopa. Es un símbolo de una era maravillosa, inigualable, en la cual sus colores aurinegros se pasearon poe el mundo regalando fútbol.

Muchos lo quisieron llevar. River argentino, Real Madrid en España, fueron posibilidades. Él decidió quedarse. Y como símbolo de un fútbol que ya no existe, imposible, impensable, cumplió toda su carrera con la camiseta de Peñarol. Hasta que una noche -como fue siempre, sin alaracas- jugando frente a Cerro, por el Uruguayo de 1970, pidió el cambio antes del final del primer tiempo, levantó sus brazos, saludó a las tribunas y se fue -eran otros tiempos- con lágrimas en los ojos; dejando una cinta «muy pesada», que a pesar del marketing de hoy, no es fácil colocársela en el brazo; sólo de pensar quien la llevó… el último caudillo real, verdadero, genuino que tuvo el fútbol uruguayo. Si Ud. tuvo la posibilidad de vivir en dos siglos; sabe que no le miento.

SALUD GRAN CAPITÁN!!!

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